Pozuelo del Rey
Pueblos “blancos”
Pueblo de encaladas casas, tranquilas calles sacadas de una aldea andaluza rodeada de viñedos. Pozuelo del Rey es un municipio donde el dueño y señor es el silencio; el arrullo de las palomas, el canto de los pájaros, el silbido del viento, y si acaso, esporádicamente el sonido de algún vehículo que rompe su quietud. Tiene edificios destacados, como su Casa Consistorial o la iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos, pero al viajero le llama la atención el firme de sus calles, el blanco encalado de sus casas, con cubiertas de teja roja y chimenea, la tranquilidad en la que se desarrolla la vida en el municipio, invitando a pasear por sus calles. Las casas son de baja altura y clara tipología rural, conservando todavía los grandes portones para el paso de carruajes y animales, hoy sustituidos por tractores, de acuerdo con la vorágine de los tiempos modernos.
Olmeda de las Fuentes
Pueblos “blancos”
Nos encontramos en plena Alcarria, un territorio de mucha versatilidad paisajística, que va cambiando paisajes de olivos, por los de vid y cereal. Desde hace años varios artistas han elegido este rincón de Madrid para vivir y trabajar por los bellos paisajes que encierra. Es una especie de oasis entre tanto campo de olivo y vid, con blancas casas sujetas a una ladera del arroyo de la Vega y empinadas y estrechas calles. Y todo ello decorado con un fondo verde de arces, álamos y nogales. Uno de sus más ilustres habitantes – Eugenio Fernández Granell, artista y ex catedrático de Literatura Española de la Universidad de Nueva York – dijo de él:
«Es difícil explicar cómo es Olmeda y qué es lo que atrae aquí a los artistas. Este pueblo es un oasis en el desierto castellano. No existen chalés adosados ni turismo masivo. Es un pueblo perfecto para disfrutar de tranquilidad y belleza. Tiene el verdor de los municipios del norte y la blancura de los andaluces.»
Villar del Olmo
Pueblos “blancos”
Otro de los pueblos más tranquilos y alejado de las aglomeraciones turísticas. Se llega a él por unas carreteras rodeadas de campos de cereal, almendros, viñedos, encinas, álamos y girasoles, que dan colorido a estas secas tierras que no hace tanto fueron ricas en bosques. Villar del Olmo es un pequeño pueblo, situado a un lado del arroyo de la Vega, de casas blancas y una bonita plaza Mayor donde se encuentran reunidos el Ayuntamiento y la iglesia de la Antigua, reformada a mediados del siglo XVI, en cuyo interior destaca un bonito retablo barroco del siglo XVII perteneciente a la Escuela Madrileña. En la cercana fuente de San Isidro, frente a los lavaderos públicos, crece un maravilloso chopo lombardo de casi 30 metros de alto y medio siglo de vida que atrae todas las miradas. Vale la pena salir a las afueras de la población por el camino del Llanillo que sale desde la plaza del Ayuntamiento, para poder contemplar las cuevas situadas en un paraje del arroyo de la Vega, conocido por Peña Roldán, que podrían haberse utilizado como viviendas.
Orusco de Tajuña
Pueblos “blancos” con fuentes
Precioso pueblo “blanco” enmarcado entre álamos, tarays y sauces, de modo que parece estar colgado sobre la ladera mirando la vega. Posee abundante agua potable, y al recorrer sus calles empinadas de blancas casas, nos encontraremos con numerosas fuentes y manantiales, lo que hace que sea muy agradable pasear por sus intricadas calles. El agua es parte de la vida del municipio y se hace presente en cada rincón. Hay diseñada una ruta urbana que permite recorrer 10 fuentes de agua potable y el magnífico lavadero municipal.
Carabaña
Pueblos “blancos”
Vale la pena subir sus empinadas calles que llevan a sitios tan agradables como la plaza de España que recuerda a la de los pueblos blancos de Andalucía. Carabaña se levanta en el margen del río Tajuña, y los escudos de sus casas solariegas dan fe del esplendor de su pasado, ya que aquí llegó a residir un virrey de las Indias, en el edificio barroco con aleros decorados y escudo que se encuentra frente a la iglesia.
Valdaracete
Pueblos “blancos”
Este es otro de esos lugares alejado de “todo”, donde lo que predomina es el silencio y la tranquilidad. Se trata de una pequeña población con un casco urbano de casas blancas, a caballo entre las vegas del Tajo y Tajuña. Resulta agradable dar un paseo por sus tranquilas calles y llegar hasta lo alto, donde se encuentra la monumental iglesia de San Juan Bautista de estilo renacentista (siglos XVI-XVII), atribuida a Juan de Herrera. Desde la privilegiada posición que ocupa la iglesia, sobre todo desde su campanario, nos podemos contemplar su tierra de secano que cuenta con espléndidos paisajes formados por campos de cereal, de viñedos y de olivos, que cambian de color según avanzan las estaciones del año.
Aquí abundan las opciones para el paseo, y la que proponemos en una ventana verde a los Huertos y del Berrueco. Un camino corto de media mañana para conocer de cerca cómo se gana la vida la gente de estas tierras. La senda recorre el fondo de un valle, con huertos y tierras de regadío, y sus laderas, repobladas con pinos carrascos. El paseo comienza en el parque municipal de la Fuente Chica y conecta con la Vía Verde.
Longitud: 4,3 km
Dificultad: baja. Dispone de carteles informativos.
Valdelaguna
Pueblos “blancos”. Vinos y Godoy
Otro bonito y tranquilo pueblo vinculado a la figura de Godoy. En su calle principal iremos encontrando vestigios de un tiempo pasado, en el que las cosas se hacían despacio y con cariño: una prensa de vino, un molino de empiedro y unos antiguos lavaderos. Su edificio más singular es la Casa del Cura, una construcción solariega de frontal neoclásico, sobre cuyo portalón encontramos un escudo heráldico del que se desconoce su origen, aunque se cree que está relacionado con la familia de Manuel Godoy, a quien se dice, perteneció la casa. Este edificio está protegido por Patrimonio Nacional por su importancia y hoy en día contiene un Museo del Vino (de la Bodega Pablo Morate) que conserva gran parte de la estructura original de la bodega de este edificio construido a finales del siglo XV y restaurado más tarde, allá por 1739. El visitante puede acabar su paseo en el Mirador de Peña Huevera, que además de estar bien acondicionado, cuenta con unas vistas espectaculares del valle y de las laderas.
Villamanrique de Tajo
Pueblos “blancos”
Villamanrique es un pequeño remanso de paz. Es otro de esos pueblos en los que el tiempo se ha parado en sus calles encaladas en blanco y se oyen los pájaros, los gallos y el tañido de las campanas. A Villamanrique llega el verdor del Tajo; un paisaje de vega de río que puede contemplarse desde la plaza de la iglesia. A escasos kilómetros del pueblo, podrás visitar las bucólicas ruinas del castillo de Alboer, o de la Finca de Buenamesón; unos rincones llenos de encanto. En tú camino se cruzará el curioso paisaje formado por las salinas de Carcaballana. Todo el conjunto forma un destino de gran belleza rural que vale la pena visitar.
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